El libro nos sitúa en un mundo futurista donde la tecnología y la ciencia han conseguido superar al paso del tiempo. La gente ya no muere ni a causa de una enfermedad ni por haber vivido demasiado. La muerte es una barrera superada y es justo eso lo que genera un grave problema demográfico que se solventará nombrando Segadores a algunas personas que deberán elegir quién vive y quién muere.
El segador Faraday cumple con su trabajo con unos principios muy claros. Acogerá como novicios a dos jóvenes que no desean en absoluto convertirse en segadores, pero considera que eso es justo lo que se necesita para cumplir con ese cometido, pues quien desea la muerte de alguien no debería tener el poder de arrebatársela.
Citra y Rowan, los novicios, aceptarán a regañadientes el cargo. Solo uno de ellos conseguirá ser nombrado segador y para demostrar su valía deberán entrenarse a fondo en el arte de matar. Lucharán y se esforzarán a diario por cumplir los objetivos que su mentor les imponga, aunque en todo momento temerán perder su esencia si llegan a convertirse en segadores.
La historia te atrapa en la primera página. El mundo que nos presenta el autor es tan visual que en más de una ocasión tuve la sensación de estar en una sala de cine comiendo palomitas. Algo característico de cada una de sus historias es que nos hacen sufrir, nos encogen el corazón y llegamos a sentir la pérdida de los personajes por más secundarios que sean, podéis imaginar lo que transmite cuando hablamos de un personaje principal… ¡Una angustia increíble! Aun así, también disfrutamos de sus logros y de ver como consiguen mantenerse fieles a sus principios por más difícil que se ponga la situación. En resumen, las historias de Neal Shusterman producen un cóctel explosivo de emociones.
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